domingo, 20 de octubre de 2013

El beisbol y sus señales


Séptimo juego. Novena baja. Una carrera abajo y hombre en la antesala. Un out.

Él es un veterano debutando en el clásico de otoño. Después de una temporada espectacular se ha ganado un lugar en el roster inicial de este equipo por el que nadie apostaba a inicio de año y que hoy está buscando la remontada más importante de su historia.

La presión. Los nervios. Las horas de entrenamiento. Todo en conjunto para llegar a este punto. Ve al coach de primera e interpreta la señal. Esta es clara: toque de bola. Un sacrificio para algo mejor. 

Para todos es claro lo que tiene que hacer menos para él. ¿Por qué? Bueno, tiene una historia, un pasado, recuerdos que pesan en el consciente y en el inconsciente. Recuerdos de esos a los que les gusta salir a pasear en los momentos importantes. Recuerdos de esos que pesan para toda la vida y marcan al hombre.

Pide tiempo y vuelve a ver al coach. Lee la señal. Es la misma. La entiende pero no la acepta. Se tiene fe y al mismo tiempo no. Pasan por su cabeza las veces que desobedeció y todo se fue al traste. Esa serie divisional de liga menor, la de campeonato en la AAA, la del juego en la que por poco no entran a postemporada de no haber sido por ese error en las paradas cortas.

Tiene hambre de triunfo. Tiene hambre de ganar. Tiene necesidad de ser feliz y lograr su meta. Y sin embargo, la señal es de sacrificio. Ese mismo día por la mañana habló con el manager y le contó de su vida. De esos momentos que lo han traído hasta aquí. ¿Por qué le manda esa señal cuando sabe que su deseo es todo lo contrario? ¿Por qué le manda esa señal cuando ha trabajado tan duro, se ha comprometido tanto y ha dado un plus para que confíe en él?

Deja pasar una bola. Es strike. Por su cabeza siguen pasando mil cosas. Cavilaciones que lo distraen de lo realmente importante. Pierde la concentración y llega otro strike. Vuelve a ver la señal pidiendo que vaya por la del librito. Que haga lo más sabio e inteligente que puede hacer. Que entienda lo que amerita la situación. Y sin embargo ...

Viene la bola. Toma el bat con fuerza. Parece que ya ha tomado su decisión.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Deal


Osco, irritable, cerrado, rígido, exigente, ansioso. Así he sido yo y así fuiste tú. Tal vez por eso nuestro entendimiento siempre fue más lejos de lo que se dice y mucho más cerca de lo que se calla. Nunca necesité explicaciones para entenderte. De antemano estaba de tu lado aunque supiera que obraba mal. Así de ilógica es la lógica de nuestro carácter. No es que nos pinte mal, es que así somos pero en nuestra defensa diré también que el corazón siempre está abierto y es generoso. Damos todo por los que queremos aunque ellos no lo quieran. Dicotomías de las muchas que nos rodean. 

Recuerdos me llevo muchos: cuando era infante disfrutaba harto ese juego que me ponías donde un primate utilizaba formulas trigonométricas para destruir edificios, una chulada; cuando era adolescente, me ofreciste tu casa y un apoyo para estudiar mi prepa; de joven, cuando me abrazabas, gritabas e insultabas de felicidad por haber terminado la universidad; de adulto, cuando me dabas consejos de padre y me hablabas los domingos temprano para saludar.

Este año y medio has dado cátedra de lo bueno y de lo malo, de lo poco saludable y lo sano, diría el Residente. Me quedo con la felicidad de saber que la última vez que nos vimos a los ojos, nos reímos con complicidad. 

Fuera de canciones, rituales y mitos, te quiero y te despido a mi manera, a nuestra manera. Me choca lo multitudinario y como tú, prefiero lo personal. Esta es mi manera de decirte adiós.

Hace un año hicimos un trato. Tu entrenabas para tu carrera y yo para la mía. Ambos cumplimos nuestra parte, yo llegué a mi meta y tú ya llegaste a la tuya. Tú te quedaste mi medalla y yo tu valor. Tú mi cabello y yo tu cariño. Como todo un Rojas Rodríguez cumpliste con tu palabra. Hasta aquí llegamos. Trato cerrado.


lunes, 15 de julio de 2013

Euneirophrenia

¿Le gusta dormir? ¿Sueña cuando duerme?

Yo duermo poco y duermo mal. No es que no me guste dormir, al contrario, me encanta, pero ciertas deficiencias físicas me impiden hacerlo adecuadamente. Por extraño que parezca mientras más duermo menos descanso. Esta afección no sólo se limita a mi persona. Si alguna persona duerme junto a mí, tampoco descansa. Desde agua en la cara hasta piquetes de ojos he recibido para que deje de molestar a mi acompañante de lecho. 

Como podrá imaginarse, sueño poco y recuerdo menos. Es por eso que prefiero soñar despierto o hacer que ciertas cosas de mi vida parezcan un sueño. Pros: vivo lo que decido como un sueño, genero constantemente nuevas ideas, mantengo la mente ocupada y este blog junta entradas. Contras: a veces decido de manera equívoca qué tomar como un sueño, mido poco los peligros y sobre todo, todo pienso mucho y actúo poco.

Todo principio tiene un final y mis placeres oníricos no son la excepción. No importa que sean dormido o despierto. Al final la realidad se hace presente. Así como usted se despierta aletargado después de un sueño, el despertar de mis "sueños despiertos" también me dejan un letargo del que cuesta liberarme.

Mientras más dura un sueño, más cuesta despertarse. Por lo menos así me pasa. Es justo en ese punto cuando deseo fervientemente la euneirophrenia, ese estado de paz mental después de un sueño agradable.

Mientra llega. tengamos, usted y yo, buenos sueños.


lunes, 8 de julio de 2013

Alma vieja

Sin más preámbulo, soy un alma vieja. Puedo tener veintiocho, treinta y cinco, quince o noventa años, mi edad corporal jamás será equivalente a la edad de mi alma.

A mi edad ser un alma vieja tiene sus pros y sus contras: puedo entender miles de cosas que casi toda mi generación ignora al mismo tiempo que soy ignorado por casi toda mi generación; me aburro increíblemente con la música electrónica mientras que mis amigos se preguntan como increíblemente no me aburro oyendo jazz; no me entra ni un "perla negra" pero soy barril sin fondo del tinto, sobre todo si de un Artemis Cabernet Sauvignon se trata; no he encontrado un buen comentario qué hacer de "Crepúsculo" y tampoco he encontrado a alguien que quiera sentarse conmigo a ver "Nosferatu"; ya ni se diga de las veces que he visto a alguien bailar "Barbra Streisand" y quedarse perpleja cuando pregunto si les gusta "The way we were". Y hablando de películas, mi complejo se aborda bastante bien en "Medianoche en París". Véala y regrese a dejarme un comentario.

Cual canción de Roberto Carlos ser alma vieja implica ser un amante a la antigua, lo cual explica mi más que notoria incapacidad mantener relaciones "modernas", de esas que son aquí y ahora. En más de una ocasión he intentado convencerme de que lo volátil no es necesariamente sinónimo de malo, pero todo resulta mal al involucrar los sentimientos con alguien que es volátil. En una generación donde las personas se casan después de los 30 ( o 40) y la palabra "compromiso" parecer dar más miedo que la muerte misma, un alma vieja, o se la pasa cayendo de bruces de tanto tropezar con las mismas piedras, o se la pasa sentado esperando  pacientemente el momento correcto. 

No todo es tan arcaico. Me gusta el rock y aunque The Black Keys y The Strokes jamás serán Pink Floyd o The Kinks, los escucho con placer. Mi biblioteca no sólo es Asimov sino también Murakami. Y además, de vez en cuando, puedo hacer uno que otro ridículo con el Gangnam Style.


Si bien mi alma es vieja, no tiene memoria y me hace cometer mis propios errores. Seguramente es para que tanto mente como cuerpo la alcancen en edad. Mientras eso pasa seguiré probando vinos de región, viendo a Leone sonorizado por Morricone, estando ansioso por abrir un libro de Faulkner y esperando, ojalá pacientemente, que lo volátil encuentre el equilibrio, o en el peor de los casos, el momento correcto.

domingo, 23 de junio de 2013

Y la diferencia entre la filematofobia y la filofobia es ...


Que mientras las personas que sufren de la primera no lo dejarán ni acercarse a su cama, las que sufren la segunda no le darán ni las gracias por haber pasado por ella.

Raras enfermedades del siglo XXI.

Melómano III

III

Solía leer en el metro. A veces Asimov, a veces Faulkner, a veces al Gabo,a veces Twitter. Ese día Sabines estaba en sus manos y justo leía una de sus partes favoritas: "Recuerdo que besas como si mordieras uvas. Ninguna paloma como tú se había vuelto mujer hasta ahora". La leía y la releía. Era la parte favorita de su poema favorito de su poeta favorito.

Hubo alguien, hacía mucho, a quien solía leerle poemas después de hacer el amor. Desnudos, abrazados el uno al otro, tomaba su libro y leía a Neruda, a Benedetti o al mismo Sabines. Sin embargo, aunque la amó con inmensa fuerza, jamás sintió que fuera la indicada para decirle su frase favorita. La tenía reservada para alguien más. La tenía reservada para el destino.

Era inicio del mes y había que hacer el cierre del mes anterior. Bajar la balanza y determinar las cifras fiscales era toda una pesadilla, sobre todo porque el equipo de Contabilidad asignaba montos correctos a cuentas incorrectas. Conciliar lo aprovisionado contra lo efectivamente pagado era misión imposible. Para todo problema, una solución. Llevaba mes y medio trabajando en un proyecto de mejora entre el programa de presupuestos y el ERP que usaba Finanzas. Faltaba un mes más para terminar el análisis y cerrar el requerimiento pero le emocionaba el hecho de poder cambiar las cosas, de hacer girar el mundo. 

Ese día tendría la primera junta con el equipo que haría el desarrollo dentro del ERP. Como le molestaba en demasía llegar tarde a sus citas, fue al piso de la sala de juntas con cinco minutos de anticipación. Por lo regular, todos llegaban diez minutos tarde así que tendría tiempo suficiente para preparar su presentación. Sin embargo, pocos pasos antes de entrar a la sala escuchó la vez de Karen O saliendo de la sala de juntas. "Turn into" sonaba en la laptop de una muchacha con el pelo desaliñado y una diadema color azul rey. Ella no lo escuchó entrar gracias al mecanismo de supresión de sonido de sus audífonos y sólo cuando sintió su presencia en su espalda, brincó del susto.

Se presentaron escuetamente. Él como jefe de impuestos y ella como becaria de procesos de negocio. Él intentó hacerle la plática pero no tardaron en llegar los demás asistentes a la junta. Este despacho sí era puntual. Comenzaron la presentación. Tuvieron convergencias y bastantes divergencias acerca de lo que realmente era el problema y cuál era la mejor solución. Durante dos horas se enfrascaron en análisis y propuestas de mejora. Y también durante dos horas el no pudo evitar otearla y descubrir  los lunares que tenía en la parte derecha del cuello, sus ojos cafés, la raya mal hecha de su peinado, lo bien que le sentaba ese vestido a rayas, las ligeras pecas en las mejillas y el sutil aroma de su perfume.

Terminaron la junta y acordaron la fecha de la siguiente reunión para dos semanas después. Se despidió impersonalmente puesto que le entró una llamada de su gerente. Cuando al fin llegó a su lugar y colgó el teléfono, escogió una canción y le puso play. Una guitarra acústica sonó y tras ella, una voz femenina: "I hear it in my head real low ...Well I know that girl you found. Keep that kind of window closed. She'll turn into the only thing that ever..."

La sabiduría china tiene un par de maldiciones muy particulares: "que tengas tiempos interesantes" y "que consigas todo lo que estás buscando". La primera está basada en la creencia de que todo tiempo interesante es directamente proporcional a los problemas que se suscitan; la segunda, en que a veces no se tiene plena conciencia de lo que se quiere y el deseo hecho realidad, puede convertirse en pesadilla.

Para él, se venían tiempos interesantes y quién sabe, tal vez una  que otra pesadilla.





sábado, 25 de mayo de 2013

Melómano - II

II

No había momento más feliz del día que el de la salida del trabajo. No es que este le disgustara. Ser analista fiscal de una empresa que para deducir impuestos tenía diecisiete subempresas tenía sus retos. Debía lograr que las subempresas de nómina reportaran correctamente sus impuestos a la oficina gubernamental para poder solicitar devolución. También estaba el asunto de las proyecciones. Tres veces al año tenían que presentar proyecciones a la oficina general y aquellas eran jornadas maratónicas. Con todo y eso le gustaba su trabajo. Desde muy niño le gustaron los números y la verdad es que se le daban bien. Uno más uno siempre daban dos. Ni más ni menos.

Desde que le habían entregado su consola Telefunken, hacía ya tres semanas, esperaba con ansia el momento de salir de la oficina para llegar a su casa y poner algún disco. Durante el horario de comida visitaba las tiendas de segunda mano y compraba cualquier disco que se le antojara. Su salario no era como para volverse loco pero sí le era suficiente para cubrir sus necesidades, y para él, la música era una necesidad. En cinco visitas a dichas tiendas ya se había hecho de unos 20 discos. Stones de Neil Diamond y Before the Rain de Lee Oskar habían sido las adquisiciones de ese día. 

Pasó al supermercado que estaba cerca de su casa y compró lo  indispensable para la cena y la comida del siguiente día: una bolsa de fussili, salsa de tomate "a los tres quesos" y un poco de pollo. Finalmente pasó a las cajas y cogió tres botellas de vino tinto que estaban en promoción: un Shiraz, un Merlot y un Malbec. No le importaban ni la marca ni la cosecha. Sólo pensaba que había cierta música que valía la pena escucharse con una copa de vino y qué mejor si este estaba en oferta. Siendo apenas un precario diletante de la enología lo único que sabía es que el Cabernet Sauvignon le disgustaba, así que muy rara vez lo compraba aunque prácticamente se lo regalaran.

Cuando por fin llegó a su departamento tomó el "Wild is the Wind" de Nina Simone y fue directo a la canción que había tarareado todo el camino.  

You touch me. I hear the sound the mandolines. You kiss me. With your kiss my life begins. 

Abrió el vino. Se sirvió una copa y dio un sorbo para impregnar sus papilas. Fue hacia la consola y con los ojos cerrados aspiro y volvió a tomar un poco de vino. Lo disfrutó lentamente. Regresó el disco a la canción inicial del lado A y se sentó en el sofá. 

Él creía firmemente que había algo de especial y nostálgico en eso de poner discos y cassetes antiguos. Los CD's y los MP3's habían hecho un gran trabajo al permitir la movilidad y la facilidad de copiado pero al mismo tiempo rompieron esa relación estrecha entre música y oyente. Hay una conexión mística en el hecho de tomarse la molestia de ir a una consola y voltear un disco. Tú me das música mientras yo te doy atención. Un intercambio justo. Mientras lo digital puede sonar por horas sin que nadie le ponga atención, lo análogo requiere de saber el momento justo en que requiere la intervención humana.

Una a una fueron pasando las canciones. Él y Nina. Nina y él. Solos. Envueltos en el sonido estéreo. Separados por la distancia del tiempo y al mismo tiempo unidos por esa mágica sensación que eriza la piel al llegar al clímax de una canción.

Listen to me. I cannot see clearly.
Isn't that he coming to me nearly here?

Abrió los ojos cuando If I should lose you terminó. Apagó la consola. Lavó su copa y tiró la botella de vino vacía. Se dirigió a su cuarto y después de quitarse la ropa, se cobijó mientras pensaba cuan feliz era su vida. Daba gracias por que nada la faltaba.

Es difícil explicar la forma en que un evento por pequeño que parezca puede desencadenar una serie de acontecimientos de proporciones bíblicas. Una palabra, un encuentro casual, una mirada, una sonrisa, una canción, un ligero copo de nieve puede ir rodando y arrastrando vivencias hasta convertirse, poco a poco, casi sin darnos cuenta, en una gran bola capaz de arrasar con lo que encuentre a su paso. La vida es tan bella como impredecible. Él esa noche se durmió sin saber que faltaban horas para su concepción tan perfecta del mundo se viniera abajo. Faltaban horas para que uno a uno los ligeros copos de nieve empezaran a rodar.

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Capítulo III
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sábado, 11 de mayo de 2013

Melómano - I

I

La luz entraba por la ventana. La luz no producía aún su calor peculiar pero sí era lo bastante intensa como para traspasar la cortina de algodón azul. Azul porque era un buen color, no era triste como el gris, tampoco tétrico como el negro y mucho menos inútil como el blanco, cuando de cortinas se trata. Al menos eso pensaba él. Detestaba sentir la luz sobre sus ojos ya que arruinaba sus clásicos "cinco minutos más", cinco minutos que terminaban siendo treinta. Sin más opción abrió sus ojos y empezó a recorrer su habitación con la mirada. La luz permitía ver lo exageradamente ordenada que estaba. No había una sola prenda fuera de lugar. Ni un sólo utensilio de aseo que no estuviera en la posición que le correspondía.  Todo era como un rompecabezas perfectamente ensamblado. Sonrió al ver que todo estaba en orden.

Estiró los brazos y, con sumo cuidado, hizo a un lado las cobijas. Le molestaba verlas tiradas en el piso. Tenía la impresión de que era una pésima costumbre aquella de levantarse y aventar al piso lo que estuviera arriba de la cama. Tirar las cobijas para después levantarlas y después taparse con ellas, qué disparate. Salió del cuarto mientras se rascaba el cuello sólo para caer en cuenta que la barba había crecido de nueva cuenta. No es que le molestara tener barba sino que ésta no era la suficiente como para lucirla en público y tampoco tenía la fortuna de ser lampiño como para nunca tener que hacer uso de la navaja y el jabón.

Sonrió al verla. Para una persona normal parecería una mesa enorme, anticuada y de mal gusto. Para él era una reliquia, un orgullo que había tardado cinco años en reparar. Largo tiempo no porque  la hubiera reparado con sus propias manos, ya que no era diestro con las herramientas, sino porque fue el tiempo que tardó en conseguir las piezas necesarias. Con tantas cosas modernas a la mano esto es una tontería pero si quiere regalar su dinero con gusto le ayudo, dijo el anciano que le ayudó a reconstruirla. No le importó lo que pensaran de él y su dinero, sólo la quería funcionando. 

Alzó la parte superior de la mesa y dejó al descubierto un circulo negro con un estampado naranja. Vio el logo del lado derecho del estampado y sonrió al contemplar el curioso can que estaba dibujado. Le era imposible no pensar en su abuelo al verlo. Oprimió un botón y el circulo comenzó a girar. Tomó con su mano derecha la varilla que reposaba junto al objeto giratorio y la colocó en la parte exterior de éste. De repente el sonido inundó todo espacio posible. Una escala pentatónica se escuchaba mientras un sonido parecido a una interferencia sonaba por debajo de la música.

Cerró los ojos y sonrió de nueva cuenta pero ahora con una sensación que le hacía vibrar cada poro de su piel. No sabía si era provocado por las notas interpretadas magistralmente en las manos de Ray Charles Robinson o por la sensación de saberla suya. Por fin suya. Su consola.

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Capítulo II
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miércoles, 23 de enero de 2013

Recuerdos


Antes que oír los tacones, antes de sentir su presencia en la espalda, incluso antes de verla en el reflejo del vidrio, reconoció su aroma. Impregnaba de su esencia toda la sala y de recuerdos la mente de él. Nunca había encontrado como definir su aroma pero cada vez era más único. Por su mente pasaban dos cosas: la voz de Dylan en la misma canción que había escuchado por dos semanas y la urgente necesidad de acercarse a su cuello para besarlo y llenarse de su olor. Le encantaba, le adoraba y ahora, cada vez más, lo odiaba.

Sintió como el piso resentía los pasos al compás de los tacones y recordó lo feliz que se sentía al verla venir hacia él en la oscuridad, la sensación de su cuerpo entre sus brazos, el corazón inflamado de tanto amor. Volvió a vivir su primer beso y como día tras día empezó a enamorarse de su risa, de su mirada, de ella toda. Cerró los ojos y aspiró. 

Ella entró y emitió alguna especie de saludo ininteligible mientras ponía su mano sobre el hombro de él. Sólo bastó eso para que él recordara cada uno de los besos que depositó en cada uno de sus hombros, cómo recorrió su espalda y como al oído, le dijo que la amaba.

Se quitó los audífonos y escuchó su voz. La misma voz que un día le dijo que también lo amaba, la misma que un día cualquiera le dijo que era el fin. A su mente llegaron cada una de las palabras con las que intentó convencerla de que no se fuera. Las mil y un propuestas que se toparon con pared. 

Ella se sentó y lo vio con la cabeza ladeada. Le regaló una sonrisa y le preguntó si todo estaba bien.

Tosió para deshacer el nudo en su garganta y contestó:

-Todo bien jefa. ¿Cómo le va?