sábado, 11 de mayo de 2013

Melómano - I

I

La luz entraba por la ventana. La luz no producía aún su calor peculiar pero sí era lo bastante intensa como para traspasar la cortina de algodón azul. Azul porque era un buen color, no era triste como el gris, tampoco tétrico como el negro y mucho menos inútil como el blanco, cuando de cortinas se trata. Al menos eso pensaba él. Detestaba sentir la luz sobre sus ojos ya que arruinaba sus clásicos "cinco minutos más", cinco minutos que terminaban siendo treinta. Sin más opción abrió sus ojos y empezó a recorrer su habitación con la mirada. La luz permitía ver lo exageradamente ordenada que estaba. No había una sola prenda fuera de lugar. Ni un sólo utensilio de aseo que no estuviera en la posición que le correspondía.  Todo era como un rompecabezas perfectamente ensamblado. Sonrió al ver que todo estaba en orden.

Estiró los brazos y, con sumo cuidado, hizo a un lado las cobijas. Le molestaba verlas tiradas en el piso. Tenía la impresión de que era una pésima costumbre aquella de levantarse y aventar al piso lo que estuviera arriba de la cama. Tirar las cobijas para después levantarlas y después taparse con ellas, qué disparate. Salió del cuarto mientras se rascaba el cuello sólo para caer en cuenta que la barba había crecido de nueva cuenta. No es que le molestara tener barba sino que ésta no era la suficiente como para lucirla en público y tampoco tenía la fortuna de ser lampiño como para nunca tener que hacer uso de la navaja y el jabón.

Sonrió al verla. Para una persona normal parecería una mesa enorme, anticuada y de mal gusto. Para él era una reliquia, un orgullo que había tardado cinco años en reparar. Largo tiempo no porque  la hubiera reparado con sus propias manos, ya que no era diestro con las herramientas, sino porque fue el tiempo que tardó en conseguir las piezas necesarias. Con tantas cosas modernas a la mano esto es una tontería pero si quiere regalar su dinero con gusto le ayudo, dijo el anciano que le ayudó a reconstruirla. No le importó lo que pensaran de él y su dinero, sólo la quería funcionando. 

Alzó la parte superior de la mesa y dejó al descubierto un circulo negro con un estampado naranja. Vio el logo del lado derecho del estampado y sonrió al contemplar el curioso can que estaba dibujado. Le era imposible no pensar en su abuelo al verlo. Oprimió un botón y el circulo comenzó a girar. Tomó con su mano derecha la varilla que reposaba junto al objeto giratorio y la colocó en la parte exterior de éste. De repente el sonido inundó todo espacio posible. Una escala pentatónica se escuchaba mientras un sonido parecido a una interferencia sonaba por debajo de la música.

Cerró los ojos y sonrió de nueva cuenta pero ahora con una sensación que le hacía vibrar cada poro de su piel. No sabía si era provocado por las notas interpretadas magistralmente en las manos de Ray Charles Robinson o por la sensación de saberla suya. Por fin suya. Su consola.

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Capítulo II
http://desdequepienso.blogspot.mx/2013/05/melomano-ii.html



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