El guardameta bien puede ser la posición mas malagradecida de todo el futbol. Un buen día puede pasar desapercibido pero uno malo y el sujeto en cuestión puede ser mandado a la hoguera. No importa si su inteligencia, visión, reflejos o técnica son inmaculados. Tampoco si lleva una trayectoria impecable. Una mala tarde es suficiente para mandar al responsable a la hoguera.
Ser portero no es fácil. Tiene que saber despejar, es decir modificar la trayectoria y sentido del balón, ya sea con las manos, el pie o el cuerpo. Tiene que tener sentido del juego para saber cuando salir y evitar el daño mucho antes de que llegue a su área. No olvidemos los reflejos puesto que un portero lento es un portero deficiente. Y en los últimos tiempos además se le pide saber salir jugando, saber hacer jugar a sus compañeros.
Ya sea un portero preventivo (los que salen a cortar jugadas para no tener que hacer paradas milagrosas) o uno correctivo ( los que se dedican a parar los remates debajo de sus tres palos), el portero siempre tiene la presión encima. Carga con la confianza del equipo y además suele ser el receptor de los errores de los demás. Caso contrario, suele pasar que un portero que aparece poco en el juego es resultado del buen trabajo colectivo de los demás diez jugadores ya que le llegan poco al área. Sirva de referencia el Barca de Pep.
En la vida a todos nos toca hacer de portero alguna vez. Las visicitudes que enfrentamos nos obligan a parar amenazas a quemarropa o a verlas venir desde mucho antes y mitigarlas lo más pronto posible. Sin embargo, hay veces que los ataques son demasiados, el agobio es constante y el rancho está mas que apredreado.
En las cosas de dos también esto suele pasar y como en el rectángulo verde también se debe a que el equipo no está funcionando como debe. La dinámica no es la correcta y aquel par de involucrados, sino es que uno solo, se dedican a salvar la portería evitando el menor daño posible. Pero en ocasiones por más esfuerzo que se haga los goles no dejan de entrar. Como dije al inicio, de nada vale el esfuerzo hecho durante todo el partido, temporada o carrera. Al final solo queda el error cometido.
Si usted se siente justo en esa situación podrá entender lo que pasa por la cabeza de esos porteros que se quedan llorando tirados en el pasto después de ver caer su meta. Y tal vez, igual que ellos, entienda su deseo de que termine ya el encuentro. ¿Se acuerda del 1-7 de Alemania a Brasil en el pasado mundial?
Ponga atención. Quizá con un poco de suerte el arbitro ya haya pitado y el partido ya acabó. Y si no, levántese. Mire adelante. Limpiece la cara y termine con dignidad. También hay que saber perder.
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