Llevaba diez minutos caminando, cinco calles y dos cigarros. Y aunque llovía encontraba la manera de que no se mojara el tabaco para seguir fumando. Llegó a la esquina, esperó el alto y suspiró al primer paso que dio para cruzar la avenida. El suspiro no solo tenía aire sino que arrastraba miles de pensamientos con él. Algunos tortuosos, otros incómodos y otros perdidos, de esos que pasan desapercibidos al consciente pero bien que ocupan el inconsciente. Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar.
Dicen que la verdad es para los valientes y este hombre no es uno de ellos. No le gustan las sorpresas y menos cuando se ve reflejado en ellas. A nadie le gusta que le saquen a pasear sus propios demonios. Los fantasmas deberían de asustar en la casa propia y no en la ajena. Sin embargo, hay miedos a los que bien vale la pena plantarles cara.
La verdad os hara libres. Ajá. Seguro. Libres para rumiar y rumiar, sin cansancio, rumiar hasta que al final se olvida porque se empezó el asunto y solo queda el sinsabor del dolor clavado, firme y suavemente, por la propia mano.
Dejemos a este hombre "libre", absorto en sus pensamientos y sumido en miles de realidades que no existen ni existiran pero realidades al fin, al menos en su cabeza. Dejémoslo divagando la pregunta eterna que no tendrá respuesta: ¿por qué?